martes, 5 de enero de 2010

acción de gracias navideña


Illatio navideña



Es digno y justo que tributemos
tantas alabanzas como podamos
a tu omnipotencia y a tu bondad,
oh Padre clementísimo,
porque, en un tiempo dado, después de largos siglos,
[…] nació para nosotros Jesucristo,
aunque existía desde siempre para ti y para sí mismo.

Tu Unigénito, Señor de su madre,
se hizo hijo de su esclava,
y el nacido de María se convirtió en fruto de la Iglesia;
a aquél a quien aquella dio a luz, ésta lo recibió;
el que por aquella se hizo pequeño,
por ésta crece de modo admirable.

María engendró la salvación de los pueblos,
la Iglesia a los pueblos.
Aquella llevó en su vientre a la vida, ésta el bautismo.
En los miembros de aquella Cristo tomo carne,
en las aguas de ésta nos revestimos de Cristo.
Por aquella el que ya existía nació,
por ésta el que se había perdido ha sido encontrado.
En María el redentor de los pueblos recibió la vida,
en la Iglesia los pueblos reciben la vida.
Por aquella vino el que iba a quitar los pecados,
por ésta ha quitado los pecados por los que vino.
Por aquella nos lloró, por ésta nos ha curado.
En aquella se hizo niño, en ésta gigante.
Allí hubo llanto, aquí triunfo.
Por María se manifestó como criatura,
por la Iglesia ha subyugado a los reinos.
A aquella le encantó la alegría del niño,
a ésta la enamora la fidelidad del esposo.
Sigue el purísimo intercambio de un amor precioso.

El esposo, es decir Cristo,
ha dado a su esposa, la Iglesia, el don las aguas vivas,
para que se lavase en ellas una sola vez para agradarle.
Le ha dado el óleo de júbilo,
como oloroso ungüento de crisma con que ungirse.
La ha llamado a sentarse a su mesa,
la ha alimentado con flor de harina,
la ha saciado con el vino agradable.
La ha vestido con el manto de justicia,
y con ropajes dorados por las diversas virtudes.
Ha entregado su vida por ella,
y el que ha de reinar vencedor le ha otorgado como dote
los despojos de la muerte que asumió y a la que venció.
Él mismo se ha dado a ella como alimento, bebida y vestido;
le ha prometido que se le dará como reino eterno
y le ha ofrecido como recompensa
sentarla a su derecha como reina.
Ha concedido a la Iglesia
cuanto había concedido a su Madre:
ser fecunda, sin ser mancillada;
dar a luz, permaneciendo intacta,
a él una vez, a los demás siempre;
recostarse como esposa en el tálamo de la belleza
y multiplicar los hijos en el seno amoroso;
ser prolífica por sus hijos
sin haberse manchado por la concupiscencia.

Así la Iglesia, en él y por él enriquecida,
devuelve con humildad sus dones a su esposo y Señor,
ofreciendo como si fuese algo propio
aquello en que ha creído, el ejemplo de aquél que tanto amé,
la entrega de sí mismo,
de aquél que pudo lo que quiso y quiso lo que pudo.
Él le ha dado a modo de rosas a los mártires,
como si fuesen azucenas a las vírgenes,
como violetas a los continentes.
Y ella, a través de los apóstoles, servidores de su voluntad,
les hace llegar esta misma oblación preparada con su esfuerzo.

Por eso, estando ahora a su derecha,
gozando de estabilidad feliz y gloriosa,
confiesa y alaba con todos los ángeles,
a aquél que reina contigo, Padre todopoderoso,
y con el Espíritu Santo, y dice: Santo, Santo, Santo…

Santo y bendito es en verdad
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que ha venido del cielo para convivir en la tierra
y se ha hecho hombre para acampar entre nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario