miércoles, 31 de marzo de 2010





II. Santo Triduo pascual del Señor crucificado, sepultado y resucitado
Ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su Misterio Pascual, por el cual muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida, el Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico (NUALC 18).
La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la Misa vespertina del jueves en la Cena del Señor "hasta las Vísperas del domingo de Resurrección". Este período de tiempo se denomina justamente el "Triduo del crucificado, sepultado y resucitado"; se llama también "Triduo pascual" porque en su celebración se hace presente y se realiza el misterio de la Pascua, es decir el tránsito del Señor de este mundo al Padre. En esta celebración del misterio, por medio de los signos litúrgicos y sacramentales la Iglesia se une en íntima comunión con Cristo, su Esposo (FP 38).
Días de ayuno y abstinencia
Es sagrado el ayuno pascual de los dos primeros días del Triduo, en los cuales, según una antigua tradición, la Iglesia ayuna "porque el Esposo ha sido arrebatado". El Viernes Santo de la Pasión del Señor hay que observar en todas partes el ayuno y la abstinencia, y se recomienda que se observe también durante el Sábado santo, a fin de que la Iglesia pueda llegar con el espíritu ligero y abierto a la alegría del domingo de Resurrección [cf. SC 110] (FP 39).
La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia (CIC 1252).
El Oficio divino
La obligación de celebrar la liturgia de las Horas, vincula a los clérigos […] y a los miembros de los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, conforme a sus constituciones. Se invita encarecidamente también a los demás fieles a que, según las circunstancias, participen en la liturgia de las horas, puesto que es acción de la Iglesia (CIC 1174 § 1s).
Los participantes en la Misa vespertina del Jueves Santo o de la celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo, no dicen las Vísperas del día respectivo. [Sin embargo,] el Viernes y el Sábado Santo se organizará, antes de las Laudes matutinas, según fuese posible, una celebración pública del Oficio de la lectura con asistencia del pueblo. (OGLH 209s).
Se encarece vivamente la celebración en común del Oficio de Lectura y Laudes de la mañana del Viernes de la Pasión del Señor y también del Sábado santo. Conviene que el obispo participe en esta celebración, en la catedral y, en cuanto sea posible, junto con el clero y el pueblo.
Este Oficio, llamado antiguamente "de tinieblas", conviene que mantenga el lugar que le corresponde en la devoción de los fieles, como meditación y contemplación de la pasión, muerte y sepultura del Señor, en espera del anuncio de su resurrección (FP 40).
Consérvese, donde aún está en vigor, o restáurese en la medida que sea posible, la tradición de celebrar las Vísperas bautismales del día de Pascua, durante las cuales se hace una procesión al baptisterio [cf. OGLH 213] (FP 98).
Las oraciones sálmicas, que sirven de ayuda para una interpretación específicamente cristiana de los salmos, se proponen en el Suplemento del libro de la liturgia de las Horas para cada uno de los salmos, y pueden utilizadas libremente según la norma de la antigua tradición: concluido el salmo y observado un momento silencio, se concluye con una oración que sintetiza los sentimientos de los participantes (OGLH 112).


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Catequesis y canto
Para la celebración adecuada del Triduo pascual se requiere un número conveniente de ministros y colaboradores, que han de ser instruidos cuidadosamente acerca de lo que ellos han de hacer. Los pastores no dejen de explicar a los fieles del mejor modo posible el significado y la estructura de las celebraciones, preparándoles a una participación activa y fructuosa (FP 41).
Tiene una importancia especial en las celebraciones de la Semana Santa y, especialmente durante el Triduo pascual, el canto del pueblo, de los ministros y del sacerdote celebrante, porque es concorde a la solemnidad de dichos días y también porque los textos adquieren toda su fuerza precisamente cuando son cantados…
En las iglesias importantes utilícese también el abundante tesoro de música sagrada antigua y moderna; téngase en cuenta, sin embargo, la necesidad de una adecuada participación de los fieles (FP 42).
A fin de que los alumnos de los Seminarios "vivan el misterio pascual de Cristo de manera que sepan después comunicarlo a la comunidad que se les confiará", deberán adquirir una formación litúrgica competente y completa. Es muy conveniente que, durante los años de su preparación en el seminario adquieran experiencia de más ricas y completas formas de celebración de las fiestas pascuales, especialmente de aquellas presididas por el obispo (FP 43).

III. Introducción solemne al Triduo Pascual: la tarde del Jueves Santo
El Jueves santo, en la misa vespertina, el recuerdo del banquete que precedió al éxodo ilumina, de un modo especial, el ejemplo de Cristo lavando los pies de los discípulos y las palabras de Pablo sobre la institución de la Pascua cristiana en la eucaristía (OLM 99).
El «Sacrum» de la Eucaristía
La celebración de la Eucaristía, comenzando por el cenáculo y por el Jueves Santo, tiene una larga historia propia, larga cuanto la historia de la Iglesia. En el curso de esta historia los elementos secundarios han sufrido ciertos cambios; no obstante, ha permanecido inmutada la esencia del «Mysterium», instituido por el Redentor del mundo, durante la última cena […].
Y con este elemento está estrechamente vinculado el carácter de «sacrum» de la Eucaristía, esto es, de acción santa y sagrada. Santa y sagrada, porque en ella está continuamente presente y actúa Cristo, «el Santo» de Dios, «ungido por el Espíritu Santo», «consagrado por el Padre», para dar libremente y recobrar su vida, «Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza». Es El, en efecto, quien, representado por el celebrante, hace su ingreso en el santuario y anuncia su evangelio. Es Él «el oferente y el ofrecido, el consagrante y el consagrado». Acción santa y sagrada, porque es constitutiva de las especies sagradas, del «Sancta sanctis», es decir, de las «cosas santas —Cristo el Santo— dadas a los santos», como cantan todas las liturgias de Oriente [y la Hispano-Mozárabe] en el momento en que se alza el pan eucarístico para invitar a los fieles a la Cena del Señor.
El «Sacrum» de la Misa no es por tanto una «sacralización», es decir, una añadidura del hombre a la acción de Cristo en el cenáculo, ya que la Cena del Jueves Santo fue un rito sagrado, liturgia primaria y constitutiva, con la que Cristo, comprometiéndose a dar la vida por nosotros, celebró sacramentalmente, El mismo, el misterio de su Pasión y Resurrección, corazón de toda Misa. Derivando de esta liturgia, nuestras Misas revisten de por sí una forma litúrgica completa, que, no obstante esté diversificada según las familias rituales, permanece sustancialmente idéntica. El «Sacrum» de la Misa es una sacralidad instituida por Cristo. Las palabras y la acción de todo sacerdote, a las que corresponde la participación consciente y activa de toda la asamblea eucarística, hacen eco a las del Jueves Santo.
El sacerdote ofrece el Santo Sacrificio «in persona Christi», lo cual quiere decir más que «en nombre», o también «en vez» de Cristo. «In persona»: es decir, en la identificación específica, sacramental con el «Sumo y Eterno Sacerdote», que es el Autor y el Sujeto principal de este su propio Sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie. Solamente El, solamente Cristo, podía y puede ser siempre verdadera y efectiva «propitiatio pro peccatis nostris ... sed etiam totius mundi». Solamente su sacrificio, y ningún otro, podía y puede tener «fuerza propiciatoria» ante Dios, ante la Trinidad, ante su trascendental santidad. La toma de conciencia de esta realidad arroja una cierta luz sobre el carácter y sobre el significado del sacerdote-celebrante que, llevando a efecto el Santo Sacrificio y obrando «in persona Christi», es introducido e insertado, de modo sacramental (y al mismo tiempo inefable), en este estrictísimo «Sacrum», en el que a su vez asocia espiritualmente a todos los participantes en la asamblea eucarística (DC 8).
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a. Introducción a la Misa in Coena Domini
Con la Misa que tiene lugar en las horas vespertinas del jueves de la Semana Santa, la Iglesia comienza el Triduo pascual y evoca aquella última cena, en la cual el Señor Jesús en la noche en que iba a ser entregado, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino y los entregó a los apóstoles para que los sumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también los ofreciesen (FP 44).
La celebración eucarística es una acción del mismo Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo Nuestro Señor, substancialmente presente bajo las especies del pan y del vino, por el ministerio del sacerdote, se ofrece a sí mismo a Dios Padre, y se da como alimento espiritual a los fieles unidos a su oblación. En la Asamblea eucarística, presidida por el Obispo, o por un presbítero bajo su autoridad, que actúan personificando a Cristo, el pueblo de Dios se reúne en unidad, y todos los fieles que asisten, tanto clérigos como laicos, concurren tomando parte activa, cada uno según su modo propio, de acuerdo con la diversidad de órdenes y de funciones litúrgicas (CIC 899 § 1s).
Toda la atención del espíritu debe centrarse en los misterios que se recuerdan en la Misa: es decir, la institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal, y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna: son éstos los puntos que conviene recordar en la homilía (FP 45).
La Misa "en la Cena del Señor" celébrese por la tarde, en la hora más oportuna para que participe plenamente toda la comunidad local… (FP 46).
La recepción de los óleos sagrados en las distintas parroquias puede hacerse o antes de la celebración de la Misa vespertina "en la Cena del Señor" (FP 36).
Según una antiquísima tradición de la Iglesia en este día están prohibidas todas las Misas sin pueblo (FP 47).
El sagrario ha de estar completamente vacío al iniciar la celebración. Se han de consagrar en esta Misa las hostias necesarias para la comunión de los fieles, y para que el clero y el pueblo puedan comulgar el día siguiente (FP 48).
Para la reserva del Santísimo Sacramento prepárese una capilla, conveniente adornada, que invite a la oración y a la meditación; se recomienda no perder de vista la sobriedad y la austeridad que corresponden a la liturgia de estos días, evitando o erradicando cualquier forma de abuso.
Cuando el sagrario está habitualmente colocado en una capilla separada de la nave central, conviene que se disponga allí el lugar de la Reserva y de la adoración (FP 49).
Adórnese con flores el altar con la moderación conveniente al carácter de este día. El sagrario ha de estar completamente vacío; se ha de consagrar en esta misa suficiente pan para que el clero y el pueblo puedan comulgar hoy y mañana (MR JS 5).
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b. Desarrollo de la Misa in Coena Domini
La Eucaristía constituye "todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo". Es el "sacramento de sacramentos". Por su mediación "logramos nuestra redención." Él, que es el "pan vivo bajado del cielo" (Jn 6, 51) nos asegura: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es comida verdadera y mi sangre es bebida verdadera." [Jn 6,54-55)] (NC 3)
Mientras se canta el himno "Gloria a Dios", de acuerdo con las costumbres locales, se hacen sonar las campanas, que ya no se vuelven a tocar hasta el "Gloria a Dios" de la Vigilia pascual…. Durante el mismo período de tiempo, el órgano y cualquier otra música instrumental pueden usarse sólo para mantener el canto (FP 50).
La Palabra proclamada
No está permitido omitir o sustituir, arbitrariamente, las lecturas bíblicas prescritas ni, sobre todo, cambiar «las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, con otros textos no bíblicos» (RS 62)
Entre los ritos de la liturgia de la palabra hay que tener en cuenta la veneración especial debida a la lectura del Evangelio. Cuando se dispone de un evangeliario, que en los ritos de entrada haya sido llevado procesionalmente por un diácono o por un lector, es muy conveniente que ese mismo libro sea tomado del altar por el diácono o, si no lo hay, por un sacerdote y sea llevado al ambón, acompañado de los ministros que llevan velas e incienso o con otros signos de veneración, conforme a la costumbre. Los fieles están de pie y veneran el libro de los Evangelios con sus aclamaciones al Señor. El diácono que va a anunciar el Evangelio, inclinado ante el presidente de la asamblea, pide y recibe la bendición. En caso de que no haya diácono, el sacerdote se inclina ante el altar y dice en secreto la oración: Purifica, Señor, mi corazón...
En el ambón, el que proclama el Evangelio saluda a los fieles, que están de pie, lee el título de la lectura, se signa en la frente, en la boca y en el pecho; a continuación, si se utiliza incienso, inciensa el libro y finalmente lee el Evangelio. Al terminar, besa el libro, diciendo en secreto las palabras prescritas.
El saludo, y el anuncio Lectura del santo evangelio y Palabra de Dios, al terminar, es bueno que se canten, para que el pueblo, a su vez, pueda aclamar del mismo modo, aun cuando el Evangelio solamente se haya leído. De esta manera se expresa la importancia de la lectura evangélica y se promueve la fe de los oyentes.

Al final de las lecturas, la conclusión Palabra de Dios la puede cantar un cantor distinto del lector que proclamó la lectura, y todos dicen la aclamación. En esta forma, la asamblea honra la palabra de Dios, recibida con fe y con espíritu de acción de gracias (OLM 17 s).
La institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal, y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna: son éstos los puntos que conviene recordar en la homilía (FP 45).
Lavatorio
El Jueves santo, en la misa vespertina, el recuerdo del banquete que precedió al éxodo ilumina, de un modo especial, el ejemplo de Cristo lavando los pies de los discípulos y las palabras de Pablo sobre la institución de la Pascua cristiana en la eucaristía (OLM 99).
El lavatorio de los pies, que, según la tradición, se hace en este día a algunos hombres previamente designados, significa el servicio y el amor de Cristo, que ha venido "no para ser servido, sino para servir". Conviene que esta tradición se mantenga y que se explique según su propio significado (FP 51).
Oración de los fieles
El celebrante preside la oración universal desde la sede; y las intenciones se enuncian desde el ambón. La asamblea participa de pie en la oración, diciendo o cantando la invocación común después de cada intención, o bien orando en silencio (OLM 31).

En esta Misa no se hace la profesión de fe (MR, Jueves Santo n. 8).
Los donativos para los pobres, especialmente aquellos que se han podido reunir durante la Cuaresma como fruto de la penitencia, pueden ser presentados durante la procesión de las ofrendas, mientras el pueblo canta "Ubi caritas est vera" (FP 52).
Las ofrendas que suelen presentar los fieles en la santa Misa, para la Liturgia eucarística, no se reducen necesariamente al pan y al vino para celebrar la Eucaristía, sino que también pueden comprender otros dones, que son ofrecidos por los fieles en forma de dinero o bien de otra manera útil para la caridad hacia los pobres. Sin embargo, los dones exteriores deben ser siempre expresión visible del verdadero don que el Señor espera de nosotros: un corazón contrito y el amor a Dios y al prójimo, por el cual nos configuramos con el sacrificio de Cristo, que se entregó a sí mismo por nosotros. Pues en la Eucaristía resplandece, sobre todo, el misterio de la caridad que Jesucristo reveló en la Última Cena, lavando los pies de los discípulos. Con todo, para proteger la dignidad de la sagrada Liturgia, conviene que las ofrendas exteriores sean presentadas de forma apta. Por lo tanto, el dinero, así como otras ofrendas para los pobres, se pondrán en un lugar oportuno, pero fuera de la mesa eucarística (RS 70).
La proclamación de la Plegaria Eucaristíca que, por su naturaleza, es como el culmen de toda la celebración, está reservada al sacerdote, en virtud de su ordenación. Por tanto, es un abuso hacer decir algunas partes de la Plegaria Eucarística al diácono, a un ministro inferior o a los fieles. La asamblea, sin embargo, no permanece pasiva e inerte; se une al sacerdote con la fe y el silencio, y manifiesta su adhesión a través de las diversas intervenciones previstas en el desarrollo de la Plegaria Eucarística: las respuestas al diálogo del Prefacio, el Sanctus, la aclamación después de la consagración y el Amén final, después del Per ipsum, que también está reservado al sacerdote. Este Amén en particular debería resaltarse con el canto, dado que es el más importante de toda la Misa (ID 4).

Si…, se hace una hostia de mayores dimensiones para la concelebración, hay que cuidar de que, según la costumbre tradicional, sea de tal forma y aspecto que se adapte lo más posible a tan gran misterio (EM 48).
La tercera edición del Misal presenta el Canon Romano como Plegaria modélica para la celebración de la Cena del Señor (cf p. 305ss.). Contiene una serie de embolismos propios de esa tarde: “víspera de padecer, […] en que nuestro Señor Jesucristo fue entregado por nosotros y encomendó a sus discípulos la celebración del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre”, etc.
La Iglesia también enseña y cree que "inmediatamente después de la consagración, el verdadero cuerpo de nuestro Señor y su verdadera sangre existen junto con su alma y divinidad bajo la forma de pan y vino. El cuerpo está presente bajo la forma de pan y la sangre bajo la forma de vino, por virtud de las palabras [de Cristo]. El mismo cuerpo, sin embargo, está bajo la forma de vino y la sangre bajo la forma de pan, y el alma bajo cualquiera de ambas formas, en virtud del vínculo y concomitancia natural que une mutuamente las partes de Cristo el Señor, quien ha resucitado de entre los muertos y no morirá más" (NC 10).

Obsérvese ante la Hostia consagrada la práctica de la genuflexión u otros gestos de adoración, según las diversas culturas. Se recomienda la importancia de arrodillarse durante los momentos destacados de la oración eucarística, con sentido de adoración y de alabanza al Señor presente en la Eucaristía (Proposición Sinodal 34).

En algunos lugares se ha difundido el abuso de que el sacerdote parte la hostia en el momento de la consagración, durante la celebración de la santa Misa. Este abuso se realiza contra la tradición de la Iglesia. Sea reprobado y corregido con urgencia (RS 55).

Comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor
Conviene, en razón del signo, que algunas partes del pan eucarístico que resultan de la fracción del pan, se distribuyan al menos a algunos fieles, en la Comunión [cf. OGMR 321] (RS 49).

Participamos plenamente en la celebración de la Eucaristía cuando recibimos la Sagrada Comunión. Se nos anima a recibir la Comunión devota y frecuentemente. Para estar bien dispuestos a recibir la Comunión, los participantes deberán estar conscientes de no tener pecado grave y normalmente deberán ayunar por una hora. Una persona que está consciente de pecado grave no deberá recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor sin hacer primero una confesión sacramental excepto por una grave causa donde no haya oportunidad para confesarse. En este caso la persona deberá estar consciente de su obligación de hacer un acto de perfecta contrición, incluyendo la intención de confesarse lo más pronto posible (canon 916). Todos deberán ser animados a recibir con frecuencia el Sacramento de la Penitencia (NC 5).

La comunión es un don del Señor, que se ofrece a los fieles por medio del ministro autorizado para ello. No se admite que los fieles tomen por si mismos el pan consagrado y el cáliz sagrado; y mucho menos que se lo hagan pasar de uno a otro.
La Iglesia ha exigido siempre a los fieles respeto y reverencia a la Eucaristía, en el momento de recibirla (ID 9.11).

Según la costumbre de la Iglesia, los fieles pueden recibir la comunión de rodillas o de pie. Elíjase uno u otro modo según las normas establecidas por la competente autoridad eclesiástica territorial, teniendo, en cuenta las diferentes circunstancias, ante todo la disposición del lugar y el número de los comulgantes. Sigan los fieles de buen grado el modo indicado por los pastores para que la comunión sea verdaderamente signo de unidad entre todos los comensales en la misma mesa del Señor.
Cuando los fieles comulgan de rodillas no se exige de ellos otra signo de reverencia para con el Santísimo Sacramento, porque la misma genuflexión expresa adoración. Pero cuando se comulga de pie se recomienda encarecidamente que los que se acercan procesionalmente hagan una reverencia debida antes de la recepción del Sacramento en lugar y tiempo oportuno para que no se entorpezca el acceso y retiro de los fieles (EM 34).
Para que, en el banquete eucarístico, la plenitud del signo aparezca ante los fieles con mayor claridad, son admitidos a la Comunión bajo las dos especies también los fieles laicos, en los casos indicados en los libros litúrgicos, con la debida catequesis previa y en el mismo momento, sobre los principios dogmáticos que en esta materia estableció el Concilio Ecuménico Tridentino (RS 100).
La Sagrada Comunión tiene una forma más completa como signo cuando se recibe bajo ambas especies. Porque de esta manera de recibir se revela una señal más completa del banquete eucarístico. Además hay una expresión más clara de esa voluntad por la cual la nueva y eterna alianza se ratifica con la sangre del Señor, y de la relación del banquete eucarístico al banquete escatológico en el reino del Padre (OGMR 281).
Las normas del Misal Romano admiten el principio de que, en los casos en que se administra la sagrada Comunión bajo las dos especies, «la sangre del Señor se puede tomar bebiendo directamente del cáliz, o por intención… Pero si se emplea esta forma, utilícense hostias que no sean ni demasiado delgadas ni demasiado pequeñas, y el comulgante reciba del sacerdote el sacramento, solamente en la boca (RS 103).
El comulgante, incluyendo el ministro extraordinario, nunca tiene permiso para autocomulgar. La Comunión bajo cualquiera de las dos formas, pan o vino, deberá siempre darse por un ministro ordinario o extraordinario de la Sagrada Comunión (NC 50).
El Amén que dicen los fieles cuando reciben la comunión, es un acto de fe personal en la presencia de Cristo (ID 11).
Si no es suficiente un cáliz, para la distribución de la Comunión bajo las dos especies a los sacerdotes concelebrantes o a los fieles, nada impide que el sacerdote celebrante utilice varios cálices. Recuérdese, no obstante, que todos los sacerdotes que celebran la santa Misa tienen que realizar la Comunión bajo las dos especies. Empléese laudablemente, por razón del signo, un cáliz principal más grande, junto con otros cálices más pequeños (RS 105).
Será muy conveniente que los diáconos, acólitos o ministros extraordinarios lleven la Eucaristía a la casa de los enfermos que lo deseen, tomándola del altar en el momento de la comunión, indicando de este modo su unión más intensa con la Iglesia que celebra (FP 53).
Los enfermos que no pueden recibir la Comunión bajo la forma de pan pueden recibirla bajo la forma de vino y solamente a discreción del presbítero […]. La Preciosa Sangre deberá llevarse a los enfermos en un vaso cerrado de tal manera que se elimine toda posibilidad de derramarla. Si algo de la Preciosa Sangre permanece después de que el enfermo haya recibido la Comunión, deberá ser consumida por el ministro, quien también deberá purificar el vaso apropiadamente (NC 54).
Por la participación del Cuerpo y Sangre del Señor se derrama sobre cada uno el don del Espíritu como agua viva, con tal de que los reciban sacramental y espiritualmente; es decir, en la fe viva que obra por la caridad. Pero la unión espiritual con Cristo, a la que se ordena el mismo Sacramento, no se ha de buscar únicamente en el tiempo de la. celebración eucarística, sino que ha de extenderse a toda la vida cristiana; de modo que los fieles de Cristo, contemplando, asiduamente en la fe el don recibido, y guiados por el Espíritu Santo, vivan. su vida ordinaria en acción de gracias y produzcan frutos más abundantes de caridad. Para que puedan continuar más fácilmente en esta acción de gracias, que de un modo eminente se da a Dios en la misa, se recomienda a los que han sido alimentados con la sagrada comunión que permanezcan algún tiempo en oración.» (EM 38)

Recomiéndese a los fieles no descuidar, después de la comunión una justa y debida acción de gracias, sea en la celebración misma, con un tiempo de silencio, un himno o un salmo u otro cántico de alabanza, sea después de la celebración, quedando, si es posible, en oración un conveniente espacio de tiempo (cf Orientaciones AM 17).
Al terminar la distribución de la sagrada Comunión, dentro de la celebración de la Misa, hay que observar lo que prescribe el Misal Romano, y sobre todo que el sacerdote o, según las normas, otro ministro, de inmediato debe sumir en el altar, íntegramente, el vino consagrado que quizá haya quedado (RS 107).
La Preciosa Sangre no puede reservarse, excepto para dar la Sagrada Comunión a alguien que esté enfermo (NC 54).
Traslado del Santísimo Sacramento
Terminada la oración después de la comunión, comienza la procesión, precedida por la cruz en medio de cirios e incienso, en la que se lleva el Santísimo Sacramento por la iglesia hasta el lugar de la reserva. Mientras tanto, se canta el himno "Pange lingua" u otro canto eucarístico (FP 54).
Después de un tiempo de adoración en silencio, el sacerdote y los ministros, hecha la genuflexión, vuelven a la sacristía (MR, Jueves Santo, n. 18).
Ante el Santísimo Sacramento, ya reservado en el sagrario, ya expuesto para la adoración pública, sólo se hace genuflexión sencilla (Rit. Com. Extra Missam, 84).
Cuando el sagrario está habitualmente colocado en una capilla separada de la nave central, conviene que se disponga allí el lugar de la Reserva y de la adoración (FP 49).
El Sacramento ha de ser reservado en un sagrario o en una urna. No ha de hacerse nunca una exposición con la custodia u ostensorio.
El sagrario o la urna no han de tener la forma de un sepulcro. Evítese la misma expresión "sepulcro": la capilla de la reserva no se prepara para representar "la sepultura del Señor", sino para conservar el pan eucarístico destinado a la comunión del Viernes de la Pasión del Señor (FP 55).
El traslado y la reserva del Santísimo Sacramento no han de hacerse si en esa iglesia no tendrá lugar la celebración de la Pasión del Señor, el Viernes Santo (FP 54).
Terminada la Misa se despoja el altar en el cual se ha celebrado. Conviene que las cruces que haya en la iglesia se cubran con un velo de color rojo o morado, a no ser que ya hayan sido cubiertas el sábado antes del V domingo de Cuaresma. No se encenderán velas o lámparas ante las imágenes de los santos (FP 57).
Los que han participado en la misa vespertina no celebran las Vísperas [cf. OGLH 209] (MR JS 42).

La visita al lugar de la Reserva
La piedad popular es especialmente sensible a la adoración del santísimo Sacramento, que sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. A causa de un proceso histórico…, el lugar de la reserva se consideró como "santo sepulcro"; los fieles acudían para venerar a Jesús que después del descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas Cuarenta horas.
Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la Reserva: realizada con austera solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los fieles en la Celebración litúrgica del Viernes Santo y para el Viático de los enfermos, es una invitación a la adoración, silenciosa y prolongada, del Sacramento admirable, instituido en este día.
Por lo tanto, para el lugar de la Reserva hay que evitar el término "sepulcro" (monumento), y en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria: el Sacramento hay que conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la exposición con la custodia (PPL141).
Invítese a los fieles a una adoración prolongada en la noche del Santísimo Sacramento en la reserva solemne, después de la Misa "en la Cena del Señor". En esta ocasión es oportuno leer una parte del Evangelio de San Juan [cap. 13-17] (FP 56).
Ante el Santísimo Sacramento, guardado en el sagrario […], manténgase la práctica venerable de la genuflexión en señal de adoración. Este acto requiere que se le dé un profundo contenido. Para que el corazón se incline ante Dios con profunda reverencia, la genuflexión no sea ni apresurada ni distraída (ID 26).

La genuflexión -que se hace sólo con la rodilla derecha, doblándola hasta el suelo- significa adoración, y por esta razón se reserva al Santísimo Sacramento, sea que esté expuesto, sea que esté reservado en el sagrario (CE 69).
Se pueden rezar las Completas en la Capilla de la Reserva solemne (cf. Rit Com. nn. 95 s; CE 1111; CEC 1178).
Pasada la media noche la adoración debe hacerse sin solemnidad, dado que ha comenzado ya el día de la Pasión del Señor (FP 56).

1 comentario:

  1. ¿Qué hacemos mirando su tumba vacía?
    ¡Cristo Vive! ¡Ha Resucitado!
    Alegría loor y gloria en los cielos y la Tierra.
    Dios ha elevado al Sol de Justicia por encima de quienes injustamente lo condenaron...
    y ahora ilumina al mundo y a todo aquel que lo acoge en su corazón.
    Amén

    ¡Feliz Pascua!

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